Cierto que el título puede ser un tanto provocador, y quizás esté pensando que “hayamos perdido el norte y el sur”, pero de momento hemos captado su atención. Y que conste de antemano que soy partidario de que los impuestos directos superen muy por encima a los indirectos (a lo que me referiré más adelante) y que por lo tanto “el IVA no me excita”, pero no es éste el asunto que traemos a colación, sino el desafortunado “estigma sobre los impuestos” que en los últimos tiempos se traslada a la sociedad sin un mínimo de recato sobre la procedencia y el valor de las cosas públicas.
Hace poco tuve la ocasión de conocer a una persona responsable de la Agencia Tributaria. Por cierto, dicen que hay que llevarse bien con estos altos funcionarios; ¡claro!, como con todo el mundo. Lo contrario sería caer en el chiste fácil o establecer un axioma que diría muy poco de uno mismo y lo que es más importante, de las personas que deben velar por los fondos públicos.
Pero a lo que vamos, nos comentaba este empleado público sobre la existencia de un programa de la Agencia Tributaria dedicado a fomentar y difundir los valores de los impuestos, la importancia de los mismos y la necesidad de difundir un estado de opinión moderno, eficaz respecto de las aportaciones a la “caja común”.
Pues no me negarán que en última instancia los detractores de los impuestos “como concepto” (sin entrar todavía a valorar su perfil, tipología, uso, cantidad o distribución) serían los ricos muy ricos y los golfos muy golfos. Grupos éstos en el que ni usted ni yo nos encontramos.
Se trata de un programa de educación cívico-tributaria que ofrecen a los centros educativos en diferentes niveles y que nos parece esencial (y si fuera dirigido a los padres y madres, mucho mejor) pues se pretende explicar el sentido de los impuestos, quién los paga, cuáles son, cómo es la correlación entre el gasto y el ingreso público y sobre todo, con el objetivo de “interiorizar las actitudes de respeto por lo que es público y, por tanto, financiado con esfuerzo de todos y utilizado en beneficio común”.
Y este vital sentido pedagógico lo estamos perdiendo – si es que alguna vez lo tuvimos- en beneficio de un modelo darwinista y depredador. El mercado, el mercadeo electoral, la insolidaridad y el individualismo reinante vienen propiciando un estado de opinión negativo respecto de los impuestos. Al menos nosotros consideramos urgente y vital revertir este panorama, para lo que se necesitaría una mayor dosis de pedagogía en una dirección opuesta a la que comentamos. Y créanme que no lo veo por ningún sitio. Ni las actitudes públicas ni privadas contribuyen a ello.
“Las Rebajas”, sí pero no así.
Desconozco la opinión generalizada al respecto, pero a mí me aterra cada vez que se ven determinados mensajes comerciales que por su confusión calculada mezclan presuntas rebajas del precio de los productos con una impronta ideológica muy contraria al interés general e incluso contrario a nuestros valores constitucionales.
No pagas el IVA de los productos frescos si eres menor de 30, familia numerosa o mayor de 65 años. Televisores sin IVA. Tu compra sin IVA. Días sin IVA. Semana sin IVA… Esta es una pequeña muestra de esos mensajes lanzados a los que nos referíamos, como reclamos comerciales por parte de muchas marcas y superficies de sobra conocidas, y que obviamente pretenden captar la atención del consumidor respecto de un determinado descuento en los productos, pero con un recado que además de ser falso en su interpretación literal, es enormemente perverso. “Somos tan generosos que te permitimos que no pagues el maldito impuesto”, vendría a querer transmitirse.
Esta publicidad engañosa (pues nadie puede saltarse el obligatorio pago del IVA) sigue vigente a pesar de algunos de los intentos de nuestro poder legislativo y ejecutivo por ponerle coto, y por consiguiente con una incomprensible falta de eficacia.
En septiembre de 2017, en tiempos de Mariano Rajoy, el Congreso de los Diputados aprobó una proposición no de ley del Partido Nacionalista Vasco para prohibir las campañas publicitarias que emplean el eslogan «sin IVA» como reclamo al consumidor, y que contó con el voto favorable de prácticamente todo el arco parlamentario (salvo Ciudadanos).
Se pretendía por aquel entonces modificar la Ley General de Publicidad y la Ley de Competencia Desleal, pero no llegaría a ejecutarse el mandato parlamentario, pues esta práctica comercial continuaba en vigor hasta el punto que cuatro años más tarde el propio PNV ha debido realizar sucesivas preguntas parlamentarias al respecto. En noviembre de 2021 la respuesta gubernamental dejó el asunto en manos de la Agencia Tributaria confiando en una suerte de acuerdo de buena voluntad entre ésta y las grandes empresas de referencia.
Parece que la buena fe no funciona con los gigantes del comercio, pues las campañas publicitarias con este eslogan “sin IVA” tan dañinas para la conciencia fiscal colectiva han seguido su curso. La Comisión de Sanidad y Consumo del Congreso de los Diputados aprobó en el mes de junio una nueva iniciativa similar, en este caso a instancias del grupo socialista y con el rechazo del grupo popular (¡allá cada uno con su coherencia!), pero lo cierto es que como comprobamos en este período de rebajas de inicio de año, la vida sigue igual.
Y llega la bajada del IVA
Rechazando el populismo de las rebajas fiscales generalizadas (y que en gran parte son más propaganda que realidad, y en el peor de los casos grandes regalos a grandes fortunas), y si me preguntaran qué nos parecería una bajada de impuestos indirectos como el IVA de manera paralela a un aumento de los impuestos directos, que gravan el patrimonio, los ingresos o la mayor riqueza de las personas, les diría que sí; que habría que analizar la propuesta y darle forma. Pero parece que “los tiros” no van por ahí.
Como es sabido, una de las principales novedades entre las medidas anticrisis por la guerra en Ucrania y la escalada inflacionista en Europa ha sido la entrada en vigor a principios de año de una reducción del IVA en determinados productos, e incluso la eliminación de aquellos considerados como de “primera necesidad” hasta final de junio.
¿Y cómo pretendemos generar una cultura fiscal progresista y progresiva de este modo? Esa idea de que “puede prescindirse del impuesto y que no pasa nada” es peor –desde nuestra óptica- que el posible efecto positivo en el bolsillo de los consumidores que pueda alcanzare con las medidas gubernamentales. Si es que éste llega a producirse.
Ya hay voces que lo vienen alertando. Y a decir verdad, en nuestro hilo argumental nunca hubo lugar para esperar planteamientos éticos cuando hablamos de la lógica del mercado. Es decir, que estamos en un sistema donde el precio de las cosas se fija libremente, y por lo tanto el fabricante de un determinado producto pondrá el mayor precio posible que esté dispuesto a pagar el consumidor por ello (más allá de ese equilibrio de poder vender más bienes a menor precio, pues en definitiva perseguiría los mayores beneficios posibles).
Veamos si el impacto negativo que pueda ocasionarse a los ingresos públicos está destinado a favorecer a la población menos pudiente o bien en beneficio de ciertos sectores empresariales, analicemos sus repercusiones, actuemos con pedagogía y, sobre todo, huyamos del populismo fiscal como verdadero enemigo del Estado de Bienestar.