Nicolás Redondo: autonomía, trabajo, dignidad

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Habrá infinidad de almas que tengan “mucho, cercano y bueno” que decir de una figura tan notable como Nicolás Redondo. Permítanme que me centre en una fase de su trayectoria muy relevante en la historia reciente de las relaciones laborales españolas. Coetáneo de insignes protagonistas del sindicalismo español, lideró a un grupo de personas que optaron por la dignidad como trabajadores y trabajadoras frente a las golosinas que te pone por delante la cercanía al poder económico y político.

Resulta casi poético –si es que alguna vez la muerte tuvo algo de ello- que se nos vaya en unos tiempos en los que parece que comienzan a revertirse las desastrosas consecuencias de una política laboral cruel con la clase obrera y que comenzara hace unos 35 años. Y que conste, que la precariedad no es solo cuestión del uso de determinadas figuras contractuales, sino también del tipo de sectores productivos que dan sustento a un territorio determinado; de su estructura económica.

Durante muchos años España ha liderado y triplicado las cifras de temporalidad de la contratación laboral en Europa como si se tratara de una especie de inexorable maldición divina. Pero no; no era la obra de ninguna deidad propia o extraña, sino una responsabilidad con el nombre y el apellido del PSOE de Felipe González y sus adláteres.

Imbuidos por el Dios del neoliberalismo (solo faltaría recordar la cohorte de ministros de economía de González: Boyer, Solchaga, Solves) optaron entre otras cosas por la flexibilidad en el inicio de la relación laboral –más tarde llegaría la flexibilidad a la salida- hasta el punto de romper uno de los clásicos principios de nuestro derecho del trabajo: “la causalidad en la contratación temporal”.

Es decir que, que traicionando el axioma de procederse a un contrato eventual solo en función de la característica temporal de la tarea a realizar, se comenzaba a generalizar el mantra de facilitar que se contratara de cualquier modo y obviamente en perjuicio del “prevalente” contrato indefinido. Así, se inventaron modalidades como la del “contrato temporal de fomento del empleo” o se flexibilizó el “contrato de obra o servicio” hasta convertirlo en el gran “fraude generalizado” de nuestros tiempos.

Se creó así una cultura de la precariedad laboral y pronto se alcanzarían unos índices escandalosos de temporalidad hasta llegarse al 35% a mediados de los noventa. Se inauguraba de este modo un estereotipo que señalaba “la dualidad” de nuestro mercado de trabajo como una característica española, pero sin que los voceros del poder establecido rascaran lo más mínimo en sus orígenes y motivaciones.

El segundo gran “mantra” consistiría en flexibilizar la salida: si reducimos la indemnización por despido (aun improcedente) de un contrato indefinido, haremos más atractiva la contratación indefinida y reduciríamos la temporalidad. La consecuencia de todo ello sería que se reduciría la indemnización en caso de despido. ¡Punto!. De hecho, la temporalidad en España permanecería prácticamente intacta (34% en 2006) hasta que los años de plomo de nuestra economía significó una brutal amortización de puestos de trabajo, y que obviamente terminaría produciéndose respecto de los contratos temporales.

Quizás éstos fueran detalles de algunos de los elementos más significativos de todo un cambio de modelo de nuestras relaciones laborales, al que al Secretario General de la UGT le tocó combatir durante toda una década, la que va desde mitad de los ochenta a los noventa. No en vano, la generosidad política de Nicolás Redondo hacia “un PSOE en el exilio” no se vería correspondida años más tarde por “otro PSOE en el gobierno”, cuyas políticas económicas y laborales no pasarían una mínima “prueba del algodón” ni tan siquiera de corte socialdemócrata.

La Unión General de Trabajadores de Nicolás Redondo, suponemos que con cierto pesar y nostalgia, supo primar la coherencia y la dignidad de la clase obrera, así como la autonomía del sindicalismo de clase en España. En gran parte, a la luz de los conflictos de finales de los ochenta, con el éxito de la huelga general de 1988 y en sintonía con la respuesta obrera al gran ataque de aquella reforma laboral de 1994, “la unidad de acción” con el sindicato Comisiones Obreras formará desde entonces parte esencial de nuestro sistema de relaciones laborales.

Nicolás Redondo Urbieta forma parte de los mitos del sindicalismo en España y de los imprescindibles defensores de los valores democráticos.  Como Marcelino Camacho y como tantos otros trabajadores y trabajadoras de una generación a la que debemos gran parte de nuestros avances sociales. Sirvan estas letras como humilde homenaje, y que ilustramos en la imagen cedida por Francisco Orta Bueno, que fuera Secretario General de UGT Huelva y responsable internacional de FIA-UGT, junto a Nicolás Redondo.

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